jueves, 21 de junio de 2007

Quédate en Mí

Mis queridas hermanas y hermanos:

He estado por compartirles mi momento en la fe. Lo he ido dejando, para que se asentara más. Creo que ya el Señor lo inscribió en mi espíritu con confirmación abundante. Ciertamente, creo que marca una nueva etapa en mi peregrinación en fe; etapa que he estado deseando y a la vez, sin saber, evadiendo.

Al leer mis tres entradas en secuencia desde la primera que publiqué en marzo, 2006, hasta la más reciente en los primeros meses de 2007, vi como el Señor me fue llevando como un niño que no sabe lo que quiere y su Papá le permite ensayar esto y lo otro, pero no le suelta la mano y le conduce a pesar de sus travesuras por el camino trazado por el Amor de su Padre.

Mis deseos de servir al Señor según la gracia que me concedió para llevar a otros a vivir en comunidad cristiana -primero me llevó a mí y después a un gentío santo- no cesaban de inquietar mi corazón. ¿Cómo responder a mi Señor? Por más intentos de historizar esa gracia de nuevo, el Señor derrumbaba mis concreciones: párroco aquí, pastoral allá; todo se desvanecía.

Fue entonces que decidí que el retiro de mes que hice en el 2004 podría clarificar mi discernimiento de la voluntad de Dios para mi hoy. Eso hice en Berkeley, retomé el retiro; mas no pude pasar de la primera semana. De todo lo que reviví, sólo una frase vivencial quedó grabada en mi espíritu: “Quédate en Mí.” Al principio me resultó un misterio discernir lo que el Señor grababa en mi espíritu con esa escucha en la fe de su querer.

Dejé que se asentara su querer sin intentar entender. Y, sin palabras pero con certeza de fe, fui entendiendo que mi misión hoy no es otra cosa que residir en El, como mansión que se me ofrece. Eso estoy intentando, con su gracia, vivir. Es maravilloso –no hay felicidad mayor que residir en la Casa del Señor- y es desconcertante –tampoco hay mayor felicidad, para mí, que no saber adonde voy, pero seguro que estoy siendo llevado por el designio del Padre. Más que esto, mis hermanas y hermanos, no puedo compartirles. Dejemos que la caminata en fe vaya elucidando lo que en sombras palpo.

En el Amor del Amado,
Carlos