sábado, 1 de octubre de 2005

Epifanía

Panel Central del tríptico de la Epifanía, por Hieronymus Bosch, pintor de los Países Bajos, alrededor de 1510. Preservado en el Museo del Prado, Madrid, España.

Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 de enero del 2000

"¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!" (Is 60, 1).

El profeta Isaías dirige su mirada al futuro. Pero el futuro que contempla no es un futuro profano. Iluminado por el Espíritu, se remonta a la plenitud de los tiempos, al cumplimiento del designio de Dios en el tiempo mesiánico.

El oráculo que pronuncia el profeta se refiere a la ciudad santa, que ve resplandecer de luz: "Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti" (Is 60, 2). Precisamente eso es lo que sucedió con la encarnación del Verbo de Dios. Con él vino al mundo "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9). Ahora, el destino de cada uno se decide según la aceptación o el rechazo de esta luz; en efecto, en ella reside la vida de los hombres (cf. Jn 1, 4).

La luz que apareció en la Navidad aumenta hoy su resplandor: es la luz de la epifanía de Dios. Ya no son sólo los pastores de Belén quienes la ven y la siguen; también los reyes Magos, procedentes de Oriente, llegan a Jerusalén para adorar al Rey que ha nacido (cf. Mt 2, 1-2). Con los Magos están las naciones, que comienzan su camino hacia la Luz divina.

Hoy la Iglesia celebra esta Epifanía salvífica, escuchando la descripción que de ella se hace en el evangelio de san Mateo. La célebre narración de los Magos que llegaron de Oriente en búsqueda del Mesías que debía nacer, desde siempre ha inspirado también la piedad popular, convirtiéndose en un elemento tradicional del belén.

La Epifanía es un acontecimiento y, al mismo tiempo, un símbolo. El evangelista describe el acontecimiento de modo detallado. El significado simbólico, en cambio, se ha ido descubriendo gradualmente, a medida que el acontecimiento se convertía en objeto de meditación y de celebración litúrgica por parte de la Iglesia.

Después de dos mil años, dondequiera que se celebra la Epifanía, la comunidad eclesial toma de esta valiosa tradición litúrgica y espiritual elementos siempre nuevos de reflexión.

La liturgia de hoy nos exhorta a la alegría por un motivo: la luz, que brilló con la estrella de Navidad para guiar a los Magos de Oriente hasta Belén, sigue orientando por el mismo camino a los pueblos y a las naciones del mundo entero.

Demos gracias por los hombres y las mujeres que han recorrido ese camino de fe durante los pasados dos mil años. Alabemos a Cristo, Lumen gentium, que los guió y sigue guiando a los pueblos por el camino de la historia.

A él, Señor del tiempo, Dios de Dios y Luz de Luz, elevemos con confianza nuestra súplica. Que su estrella, la estrella de la Epifanía, no deje de brillar en nuestro corazón, señalando en el tercer milenio a los hombres y a los pueblos el camino de la verdad, del amor y de la paz. Amén